La noche estaba con aquel calor que todos desean en una noche de invierno, aquel que abriga cuerdas vocales y hasta un corazón. Sin embargo, ella temblaba por aquel frío que percibían sus sentidos. No era cualquier frío, pues este le congelaba el alma, impidiéndole abrir sus alas para volar y así salir de toda la tristeza que la invadía. Sin saber qué hacer para despedir aquel frío, salió a contemplar el cielo y observó a su amiga Luna. Mientras la miraba, escuchó los susurros del silencio y el llanto de la noche que invadía cada rincón de su cuerpo. Cerró los ojos con la esperanza de encontrarse en otro lugar cuando los abriera, no obstante, cuando los abrió, no vio más que sueños destrozados por un temporal. Asustada, volvió a cerrar los ojos, y con esas ganas de niña ingenua, deseó que la paz viniera a ella. Al volver a abrir los ojos, se halló sumergida en un paraíso, el cual le hizo comprender que la paz siempre estuvo a su lado y que para encontrarla, sólo hacía falta indagar en sí misma.
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